jueves, 21 de octubre de 2010

POEMA DEL NIÑO CON

Soy más lento que tú y necesito
tiempo para el camino
que tenemos que andar.
No me niegues el tiempo.
Sé paciente...
y camina conmigo;
pues quisiera decirte lo que siento.

Con tu ayuda...
subo y bajo mejor las escaleras.
Si me tiendes la mano...,voy seguro.
Si el corazón abres...,las barreras
que me alejan de ti caerán hoy mismo.

No te extrañen los gestos
que acompañan a mis torpes palabras.
No te aflore la risa cuando intento
explicarte con ellos lo que digo.
¡Si quisieras aprenderlos conmigo...!

Utiliza al hablarme frases cortas
y articula despacio.
Mírame cuando me hablas,
(no me vuelvas la cara).
Déjame ver tus labios.
Me ayudará tu actitud y entenderé
lo que quieres decir con tus palabras.

Todos iguales, todos diferentes.
¿Es más bello un jardín con sólo rosas?
De la mano y amigos,
aún con distintos libros,
podemos aprender las mismas cosas.

J.A. Jiménez

EDUCACIÓN INCLUSIVA

"Hay que evitar las miradas que manchan"

Entrevista a Carlos Skliar

Fuente: Revista Veintitres, Lunes 29 de diciembre de 2008. Buenos Aires, Argentina
Carlos Skliar

Por Luciana Malamud
           El experto en enseñanza especial para personas con discapacidad habla del abismo entre la realidad y el discurso pedagógico. El especialista e investigador del Conicet y Flacso analiza la capacitación y el rol del Estado.

 "Estar Juntos"  (link a  Video)

Habla pausado y, aunque lleva años trabajando en el área, recuerda que no es especialista en educación sino doctor en fonología, especialista en Problemas de la Comunicación Humana e investigador, tanto del Conicet (en forma independiente) como de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).. Carlos Skliar, reconocido a nivel internacional por su trayectoria en educación especial, tiene una mirada filosófica sobre el largo camino a recorrer para alcanzar la inclusión en nuestro país. 
“Los modos de solucionar ese abismo entre el discurso pedagógico y el de la vida escolar hasta ahora son irreales y hay que pensarlos de otra manera –reflexiona–. Primero es necesario entender cómo están construidas las leyes, a propósito de la necesidad de inclusión y reafirmación de derechos, porque parecen impecables pero en realidad ya no dicen casi nada. Luego preguntarse qué recursos hay para hacer efectiva esa ley. Hubo muchísimo dinero en las últimas tres décadas pero puesto al servicio de una idea de capacitación que hay que revisar de punta a punta. Es indispensable salir del lenguaje jurídico y reemplazarlo por el lenguaje de la ética. Y está claro que con la capacitación sola no basta. La población con discapacidad incluida en las escuelas es sólo el cinco por ciento en América latina, en la Argentina quizás un diez. Casi no hay proyectos de seguimiento de la población con discapacidad en las instituciones escolares, salvo en Costa Rica, y alguno en Cuba. Entonces: hay una legislación fantástica, la financiación equivocada, poquísimos sujetos incluidos, y nada de acompañamiento. En este aspecto, Latinoamérica está al nivel de África.” 


El dato impacta porque la idea general es que la Argentina se ubica entre los países progresistas en este aspecto. Para el especialista es una cuestión de falta de información, lo cual no permite dimensionar el tema: “Son poblaciones inútiles desde el punto de vista de la productividad y se vuelven invisibles para la sociedad, no tienen voz propia. Hay datos del porcentaje de incluidos pero no de la deserción, como si la responsabilidad de la escuela terminara con la incorporación del alumno”. Y señala que la discusión debería centrarse en la “estructura de las instituciones y en cómo encontrar un equilibrio entre educar a ‘cualquiera’ pensándolo como ‘cada uno’. En todos nosotros hay un ‘cualquiera’ y un ‘cada uno’. Encontrar ese equilibrio es el difícil arte de educar”. 


El rol de los docentes adquiere, entonces, mayor importancia en un cuadro que, según Skliar, se ve como contradictorio porque a la idea de lo común se opone la de lo específico y mientras eso no cambie será improbable que los maestros –“formados para enseñarles a todos lo mismo y ahora deben enseñar a cada uno cosas diferentes”– modifiquen el escenario educativo. En cuanto a la capacitación, el investigador considera que “hubo un exceso de preparación, en el sentido de crear discursos racionales sobre ciertas poblaciones, lo cual generó mayor alejamiento entre pedagogos y comunidad. El problema es que primero se inventa un discurso sobre la locura o la discapacidad, y luego se intenta que los sujetos coincidan con ese discurso”.
Quizás uno de los problemas más graves sea que, como asegura Skliar, “no resistimos la diferencia y nos queremos preparar para domesticarla, para disminuir los efectos del extrañamiento inicial. Mi pregunta central es: ¿el pedagogo es el que sabe hablar sobre la violencia o el que debe saber conversar con los violentos? Creo que estamos equivocando caminos al decir que un pedagogo debe especializarse en un tema, cuando en realidad debe habilitarse a conversar con otro. Pero suele pasar al revés: el docente se asusta de la presencia de otros y exige preparación previa”. 
Algunos tienen facilidad para el diálogo y lo encauzan sin demasiados problemas, pero hay quienes no poseen esa cualidad y argumentan, a modo de justificación, diversas razones. “En muchos casos decir ‘no estoy preparado’ significa que no se tuvo oportunidad de relacionarse con ese sujeto diferente, y entonces no se sabe cómo reaccionar frente a su presencia. Otros dicen, entre líneas, ‘no estoy disponible’. Y otros, ‘me siento responsable, no tuve oportunidad pero tampoco estoy disponible’, o ‘no es mi rol’ –detalla Skliar–. Hay una gran diferencia entre esas frases, pero también hay que ver la situación laboral de los docentes: los salarios, la infraestructura, los tiempos.” 
Adentrándose en el tema que le ganó el reconocimiento internacional, el investigador señala que es hora de preguntarse “qué queda de la educación especial, porque es un tipo institucional que, dada la intención de una práctica de la diversidad, se ha desarticulado aunque algunas saberes siguen vigentes. Hay una fuerte heterogeneidad: no es lo mismo la escuela para ciegos, para sordos o para discapacitados mentales. El sistema educativo debería contemplar tipos institucionales diferentes”. 


También se podría consultar a los chicos al respecto, una posibilidad que el coordinador del área educativa de Flacso tiene siempre presente, ya que es un viejo defensor del derecho de los niños a opinar, incluso en la educación especial. “No me cabe la idea de que alguien no puede opinar, sí creo que hay una enorme dificultad para escuchar. No es sólo recibir el mensaje sino pensar qué hacer con él. En una escuela brasileña donde iban chicos con autismo severo, se hacían asambleas con los alumnos para ver qué hacían con la escuela. Es crucial que los niños se defiendan de nuestro excesivo cuidado y que puedan pensar sobre su educación”, señala.


En cuanto a la situación de la Argentina, Skliar ve “un movimiento ambiguo”, ya que a pesar de la ley federal y su propuesta de inclusión, “los proyectos parecen estar en manos de la gente de educación especial. Y hasta que no se conmueva al sistema de enseñanza común, no ocurrirá ningún avance interesante”.


- ¿Cómo se hace para conmover al sistema?


- Realmente no lo sé. Creo que hay algo previo, un cierto funcionamiento social preinstitucional, cuánto importa este tema a la sociedad… En los países donde se movilizó esta cuestión fue a través de las campañas, de los medios como responsables de ciertas imágenes… Por ejemplo: lo que hizo (Marcelo) Tinelli con los enanos, exponiéndolos y ridiculizándolos, destruye cien años de intenciones de encuentro. En Italia y España los medios se vuelcan a dar naturalidad a esta cuestión en lugar de establecer grupos “inferiorizados”, ligados siempre a lo exótico o bizarro. Es una línea de acción que debe ir junto a una política de fraternidad social, porque el cambio supone un movimiento demasiado amplio como para querer hacerlo sólo dentro de la escuela. Creo que una política de medios es el mejor eje transformador. 


En este punto podría suponerse que el riesgo es entrar en una espiral sin salida: ¿debería cambiar primero la sociedad para que los medios cumplieran un rol transformador? Skliar encuentra la punta del ovillo: “Debe ser una política de medios que plantee otra forma de educar la mirada, de romper esas fijaciones terribles que se dan cuando los enanos sólo están en el circo o los sordos sólo pueden ver los noticieros con lenguaje de señas. Hay que desacomodar la mirada. En España un periodista con síndrome de Down conduce un programa con una chica con deficiencia mental, y cuando el tema deja de ser la discapacidad para ser cualquier noticia del mundo, tiene un efecto mucho más fuerte que cualquier campaña o ley”. De todas formas, el investigador entiende que sólo una buena política de medios no puede ser exitosa y acota que “distorsionar la imagen tradicional de lo normal es también un rol de la educación. Hubo intentos desde la literatura, pero va más por el lado de lo políticamente correcto que por crear una nueva fraternidad. Creo que hay miradas que manchan y miradas que matan. La educación se trata de evitar que haya miradas que manchan”. Por supuesto, también hay un rol estatal que Skliar no descuida: “La responsabilidad del Estado es crear un marco en el cual sea posible la conversación; tiene que invertir las condiciones de desigualdad, interviniendo en el tono en que las cosas deben ser discutidas; y debe dar un gesto ético y no contentarse con su razón jurídica. Esa es la parte más difícil”.
Esta nota ha sido publicada en la Revista Veintitres
Lunes 29 de diciembre de 2008. Buenos Aires, Argentina.


lunes, 11 de octubre de 2010

ESCUELA INCLUSIVA

Una escuela abierta a la diversidad






Los retos que hoy por hoy plantea la educación son amplios y variados, se habla de una escuela nueva que revaloriza, en el sentido de “fortalecer”, “sostener”, “acompañar”, la relación docente-alumno y en la que se marca que ésta no es completa si quien forma parte del entorno educativo (escuela) -en la que ella se gesta y se desarrolla- no la enriquece con sus aportes y su propio acompañamiento.

Hablar de escuela nueva es hablar de una escuela abierta, capaz de hacer un lugar a todos los educandos que hasta ella lleguen y predispuesta a plantearse estrategias de trabajo acordes a cada una de las realidades que éstos le planteen, avanzando a veces por caminos desconocidos pero, pensados, organizados, planificados.

Una escuela abierta es aquella que no se lanza en una gran pirueta al vacío, en lo absurdo de hacer un lugar por la simple razón que dice: “se debe hacer” o “porque todos lo hacen”, o lo que es peor aún “porque se brinda una buena imagen: somos una escuela que integra”.

Entonces, si compartimos el concepto que la diversidad es propia de todo grupo donde “algunos somos capaces aquí” y “otros allá”, y que por ello es necesario trabajar a fin de descubrir estas capacidades y fortalecerlas. Es aquí donde el docente y la escuela deberán realizar un trabajo especial para cada educando, porque es una persona y por serlo es “especial”, igual a todos pero diferente al mismo tiempo y son sus posibilidades y limitaciones lo que lo hacen único y allí está el desafío “para esta docente”, “para aquella escuela”, “para esa familia”, en fin para todo aquel que sea capaz de comprender que la diversidad nos hace “iguales y diferentes al mismo tiempo”, pero el “ser personas” nos hace poseedores de un valor que es indiscutible.

Por lo antes dicho es que a la hora de preguntarnos: como escuela ¿somos capaces de integrar?, debe surgir la inmediata respuesta: “La pregunta está de más”, porque la escuela es un lugar en donde debe ser posible la educación para cualquier persona que quiera ser parte del proceso que la misma implica.
Quizás el tiempo en que inscribir a un niño o adolescente en la escuela (que nos proponga el desafío de la diversidad) no requiera de las preguntas: ¿se puede? o ¿en esta escuela habrá lugar?, no esté muy lejos, quizás darnos la mano, ayudarnos a caminar juntos sea muy pronto una realidad de la que todos puedan ser parte, sin permisos, sin ¿se puede?, pero con la fuerza que da saber que el desafío es para todos y que esto es lo que se debe tener claro.


Una escuela que integra, que está abierta a la diversidad es y debiera ser toda escuela que abre sus puertas para educar, para enseñar que en la vida siempre hay desafíos y que, en ésta o aquella escuela, eso se enseña con el ejemplo en el encuentro de todos los días.
Escribe: Matilde Norma Soleri** Licenciada en
Ciencias de la Educación, psicopedagoga.
E-mail: matisoleri@
hotmail.com
Docente del Instituto
“Leibnitz” e IPEM 147
“Manuel Anselmo
Ocampo”